La madurez es un concepto que las definiciones
académicas nos presentan como el buen juicio, la prudencia, y el estado del
desarrollo completo de un fenómeno. En este caso el fenómeno que queremos
abordar es la sexualidad y el amor, y por lo tanto de la madurez personal.
Se dice que una decisión es madura, cuando se ha
sopesado con buen juicio, con prudencia, y con una aceptación total de las
consecuencias de esa acción. Es difícil encontrar alguien hoy en día que no
opine que la sexualidad debe ser producto de una decisión madura. Al ser
expresión del amor personal, la vivencia de la sexualidad debería ser una
decisión madurada no sólo en el ámbito individual sino a nivel de pareja.
Pero el problema reside en que no todo el mundo
tiene el mismo concepto de madurez. Y es obvio que no todo el mundo vive la
sexualidad responsable y maduramente.
En los colegios a los que asistimos, la pregunta
que se repite con más asiduidad es la de
¿Cuándo estoy preparado para
mantener relaciones sexuales?, ¿Cuándo estaré maduro? O lo que a veces es
más preocupante ¿Cuál es la edad media,
de la primera relación sexual?, ¿a que edad uno es maduro para el sexo?,
preguntas en las que se confunde mayoría de edad con madurez.
La madurez no es un proceso que se adquiera de
golpe, ni tampoco puede abarcar sólo algunas “partes” de mi persona, es un
proceso global. Pero, además, cuando hablamos de madurez en la relación de
pareja, la madurez sexual va más allá de la madurez individual, la madurez sexual
es una madurez de dos personas, y de su relación.
La sexualidad es un componente fundamental y
estructural de la persona, y por lo
tanto, afecta a todo el ser. El hombre y la mujer no tienen solamente un sexo,
sino que son su sexo, y no podrán realizarse en el mundo sino aceptando su modo
de “ser”. La sexualidad es una estructura significativa de la persona, antes
aún que una función suya. Por lo que, como componente fundamental, la
sexualidad reclama respeto y aceptación y su vivencia y expresión plena
requieren madurez.
Hemos visto, que toda la persona constituye una
unidad, en cuanto que el ser humano es psíquico, físico y espiritual, sin
ruptura, y la sexualidad engloba en profunda unidad todos los componentes de la
persona, desde su corporeidad, a su mundo afectivo-sentimental o su
espiritualidad. Por todo ello la madurez debe también vivirse en todos los
niveles, no se podría hablar con propiedad de una persona que fuera madura en
el ámbito de la afectividad y que no lo fuera en el marco de la sexualidad, o
viceversa. La madurez personal por propia naturaleza requiere totalidad.
Si nos mantenemos en el plano individual, podemos
desglosar esa madurez en tres campos la madurez biológica, la madurez afectiva
y la madurez intelectual y de voluntad.
La madurez
biológica y su regulación. La sexualidad es una gran pulsión (como dice
Freud), es una fuerza arrolladora, de ahí su gran potencialidad para expresar y
vivir el amor, pero es un arma de doble filo, si no integro su fuerza “física”,
esta me puede arrastrar. Este tipo de regulación e integración es tan necesario
para la vivencia explícita de la sexualidad, como para la renuncia a esa
vivencia explícita. En esta integración biológica se encuentra parte del éxito
de la renuncia a la sexualidad explícita, y en esta regulación biológica se
encuentra la llave de la compenetración sexual de la pareja.
La madurez
afectiva, presupone un auto-conocimiento de mis propios sentimientos, de
mis emociones, mis deseos, necesidades e instintos. Significa que al conocerlos
y conocerme puedo integrarlos. Esta tarea no es fácil, y no hemos recibido una
adecuada educación afectivo-sexual que nos permitiera analizarnos,
experimentarnos, sentirnos y evaluar los sentimientos en lo que son. Si no
somos capaces de sacarles todo el provecho que tienen y canalizarlos, pueden
desequilibrarnos. Es deseable adquirir esta madurez, aunque es una tarea
compleja pero sumamente enriquecedora. La sexualidad es en parte un instinto,
incluso una necesidad, despierta grandes deseos, y su vivencia tiene y
proporciona una gran descarga afectiva y emocional, por lo que lograr una
madurez en este terreno se hace imprescindible para el evitarnos sufrimientos.
Una sexualidad vivida con este espíritu de integración afectiva y emocional es
fuente de equilibrio y de bienestar personal.
Y por último en este proceso de madurez individual
hay que tomar en cuenta la integración
intelectual y de la
voluntad. Este tipo de madurez implica el conocimiento y reflexión
de lo que hago y por qué lo hago. Pensar, discernir, como decía la definición
de madurez, aplicar el buen juicio y la prudencia, que están al servicio de mi
crecimiento personal, y al servicio de lo que es bueno para mí y para los
otros. Pero además de pensar y de conocer, debo actuar, elegir, decidir. En la
sexualidad, debo conocer lo que me conviene, lo que es mejor para mí y para los
demás, debo saber qué tipo de vivencia de la sexualidad quiero tener, saber qué
hago o qué dejo de hacer y tener muy claro por qué. Y además, debo poder obrar
en consecuencia. Si no actúo así, puedo caer en los extremos del hedonismo y
permisivismo (aquello que me complace como única guía y todo vale); o de la
represión (una vida negativa, llena de temores). Una sexualidad vivida en esta
madurez de pensamiento y voluntad se transforma en una sexualidad libre,
consciente y responsable, que me llena. Una sexualidad que ni me lleva ni me
arrastra, sino que me atrae en su mejor valor, su faceta afectiva y de sentirme
a gusto con mi propia sexualidad
La madurez individual es un paso previo y
necesario para que se pueda dar la madurez sexual de la pareja, pero no es el
único paso. La madurez sexual de pareja depende de la madurez personal de cada
uno de los dos y de la madurez de la relación. Si yo fuera muy maduro personalmente pero mi
pareja no, yo debería saber respetar su ritmo. Y si ambos somos muy maduros,
pero nuestra relación y nuestro amor aún no lo son, la madurez de pareja aún no
se ha alcanzado, y por lo tanto, tampoco se ha alcanzada la madurez sexual de
pareja.
Pero ¿qué es la madurez de pareja?, ¿qué requiere?,
¿Cómo se vive y expresa? Cuando se le pregunta a la gente cuáles son las
características básicas sobre las que se sustenta o debería sustentarse una
relación estable y madura de pareja, coinciden en señalar unos elementos
fundamentales, como son: la comprensión, el cuidado, el aprecio y respeto, y la fidelidad. Vamos
a desglosarlas para entender mejor en qué consiste la madurez del amor, y por
lo tanto de la sexualidad de pareja.
·
La
comprensión de la otra persona, es un proceso largo, es un
poco a poco, que implica una profunda labor de comunicación íntima, de amistad
profunda, de confianza sin límites. Este camino se va forjando en el contraste
de las luces y las sombras, de las alegrías y las adversidades. Es muy sencillo
comprender al otro cuando se comporta como yo espero, como a mí me gusta, pero
comprender y aceptar al otro cuando las cosas no van bien, cuando descubro
fallos, en momentos de tensión y crisis, no es tan sencillo. Pero este es el
camino del realismo que me ayuda a madurar. Al ser comprensivo y paciente, voy
viviendo un amor duradero y fértil.
·
El
cuidado, muy relacionado con lo anterior, es la fuente
del enamoramiento, de la creatividad. San
Pablo dice “El amor nunca falla” (1 Cor, 13, 8) pero no por arte de magia o sin
trabajarlo, sino porque se ha tratado de cuidarlo solícitamente, de mimarlo de
forma continuada. Cuidar los detalles, construirse mutuamente. Cuando logro
cuidar al otro así, maduro en mi amor, pues cuando cuido al otro me cuido a mí,
y la relación.
·
El mutuo
aprecio y respeto. Apreciar al otro, reconocerle, estimarle por lo que es,
no por lo que hace o tiene, o por cómo me siento cuando estoy con el/ella.
Preocupándome de que crezca por sí mismo, que se desarrolle como persona, y
progrese en autonomía y libertad. De ahí surge el respeto, respeto de sus
ritmos y procesos; no le fuerzo a ser como yo desearía que fuera. Esta
condición requiere distanciarme del otro, mirar con perspectiva, no estar
fusionado a él/ella, requiere un amor oblativo, no posesivo. Cuando logro
apreciar y respetar al otro así, maduro en mi amor, y ganamos en libertad y
pertenencia.
·
Y por último la fidelidad.
Es el elemento más valorado en las últimas encuestas, para el
éxito de la pareja. La
fidelidad nos habla de apertura al otro, de fe en el otro, así confiamos en él,
porque de él nos fiamos. La relación y seguridad de pareja exige, por propia
naturaleza, exclusividad. La fidelidad además es vista como un deseo por seguir
construyendo día a día lo que un día te prometí construir: nuestro amor. La
fidelidad además, no es una necesidad temporal, pasajera, “ahora te soy fiel,
pero no se si lo seré más adelante”, “ahora que salgo contigo te soy fiel, pero
no se si estaré contigo toda mi vida”.
La fidelidad es la respuesta adecuada a una promesa. Se promete hoy para
cumplir en adelante, en momentos en los que pueda tener sentimientos diferentes
a los actuales. Como decía G. Marcell: “Tú para mí no morirás nunca”.
Estos son puntos clave para la unidad, la seguridad
y la estabilidad emocional de cada uno y de la pareja. Son claves, y
deberían ser previas a toda relación íntima sexual.
Es aquí donde se adquiere la madurez del amor de
pareja, que unido a la madurez personal, hace que se alcance la madurez sexual.
Si recordamos la definición de madurez, “...el estado de desarrollo completo de
un fenómeno”. En nuestra sociedad y en prácticamente todas las culturas, este
momento coincide con el del matrimonio, que es cuando la relación de pareja
después de madurar afectivamente, adquiere su madurez estructural. Esta
realidad no es ni social ni cultural, sino de un profundo sentido antropológico
y psicológico, que además coincide con el orden moral religioso.
Vivir un amor y una sexualidad en este marco de
madurez potencia la persona, la relación, y responde al valor de la persona
humana.
Equipo de FSH
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